
1. En 1976, el popular presentador británico
Bill Grundy se cubrió de mierda durante una
entrevista televisiva a los
Sex Pistols. Él solito se metió en un
jardín en el que, en menos de dos minutos, evidenció su condición de necio y arrogante viejo verde. Un ejemplo perfecto de lo que popularmente se conoce en estos lares como “ir a por lana y salir trasquilado”. Ese fue el significativo naufragio profesional de la primera persona que había presentado a
los Beatles en la pequeña pantalla. Después de aquel
sonado papelón no volvió a levantar cabeza. No merece la pena extenderse sobre ello: todos ustedes conocen al dedillo (o deberían) este episodio que forma parte ya del anecdotario de la cultura popular del siglo pasado. Dos años más tarde, en plena eclosión del punk, los
Television Personalities recordarían con guasa el incidente en su célebre canción
Where’s Bill Grundy Now?2. En 1989, el escritor y crítico musical norteamericano
Greil Marcus publicó su extenso ensayo
Rastros de Carmín. Tampoco nos vamos a meter ahora en muchos dibujos en torno a ese libro, que suponemos que ustedes conocerán de sobra. Subtitulado como
Una historia secreta del siglo XX, en él Marcus traza una particular deriva articulada sobre
tres ejes fundamentales: el movimiento
Dadá, el
Situacionismo y el
Punk. La columna vertebral de la negación absoluta y el gran corte de mangas primordial a todo lo que no anda bien en el espinoso asunto del magreo entre arte y mercadotecnia (amén de asignatura troncal, todo hay que decirlo, del plan de estudios de esa hipotética "Escuela Moderna" desde la que algunos imparten cátedra con mejores o peores dotes, pero ése es otro tema). En el libro aparecen, pues, el
affair Bill Grundy y el
Cabaret Voltaire de
Tristan Tzara como piedras de toque de una misma cosa sinuosa. Por supuesto, son muchos más lo hechos, personas y personajes que desfilan por el famoso tochito de más de quinientas páginas de Marcus y, por supuesto también, algunos de ellos están hilvanados muy de aquella manera. Nada que objetar al respecto (y menos a esa ausencia metodológica, a ese explayarse sin rigor ni contención por órganos sin cuerpo, al que tan afines nos sentimos en esta casa): a fin de cuentas, ni Greil Marcus es un reputado historiador, ni creemos que fuese su intención hacer del libro un dogma, ni es la precisión la que tensa sus argumentos y hace entretenida su lectura. Es sólo un libro divertido, inspirador y vano a partes iguales.
3. En 1944, el 10 de septiembre exactamente, el diario
Arriba publicaba en su sección “Figuras” un bosquejo de Tristan Tzara, que pueden ustedes leer en la estampa adjunta. En realidad se trata de todo un repasito, cuánto menos ambiguo, al Dadá (un repasito muy pero que muy tibio, pero no mal informado, por cierto, si tenemos en cuenta la fecha y la particular “coyuntura”), que queda tildado, pues eso, de crisis moral juvenil de entreguerras, de tremolina, de ventolera, de alboroto, de patatín y de patatán... Por escatimar, ni siquiera se le concede su genuina condición de “ismo”. No como ocurrió con el
futurismo, movimiento que sin duda también conocería nuestro anónimo redactor, ya que tanto caló en la España popular de los años veinte, en su derroche de chulesca latinidad de vanguardia. Del Dadá más bien se insinúa, con un burdo hilar de un par de citas, su irresponsable influencia intelectual (probablemente judaica y masona) en la 2ª Guerra Mundial. Pero la verdad es que tampoco nos vamos a hacer figuras (nunca mejor dicho) a estas alturas con el textito. No deja de ser el
Arriba de 1944. Sus columnistas estrella eran cuadros juntaletras de la Falange, de los de “favor debido”, de relativo prestigio (vamos, el que un falangista de a pie puede otorgar a un juntaletras, aunque sea de los “suyos”). Sin embargo, no ha dejado de llamarnos la atención esa última frase, que enlaza tan casual como directamente con la canción aquella de los Television Personalities. Y no dejamos de preguntarnos, ¿quién diablos sería el autor de la semblanza?