Informe de actuaciones:

En Madrid, a 20 marzo 2007

Huelga de hambre en la tercera fase


La decisión voluntaria de abstenerse de ingerir alimentos, esto es, el ayuno, es una práctica ampliamente extendida y de origen remoto, y los motivos que conducen a una persona a llevarla a cabo lo mismo pueden obedecer a algún tipo de mortificación religiosa preestablecida que a un desorden patológico y obsesivo, entre otras muchas y peregrinas razones. El propio Kafka lo elevó a la categoría de arte en su cuento Un artista del hambre (que pueden ustedes leer o releer, si gustan, aquí mismo). A día de hoy, no obstante, lo que está de verdadera actualidad en nuestro país es el ayuno indefinido como forma de protesta extrema, es decir, la huelga de hambre. Consiste ésta en que un individuo anuncia a bombo y platillo a los medios que piensa dejar de comer, a partir de una fecha determinada y hasta que su organismo aguante o sufra lesiones total o parcialmente incompatibles con la vida, sin deponer su actitud hasta que un juez, un gobierno o la Humanidad entera atiendan y legitimen su particular protesta. Una suerte de suicidio con cuenta atrás, vamos. Una forma de violencia infligida a uno mismo que generalmente oscila entre el espectáculo puro y duro, la más férrea convicción personal y el pueril “pues ahora no respiro” de los críos pequeños. Pero este concepto, como todos ustedes ya saben, tampoco es ninguna novedad. Por eso mismo hemos querido traerlo a nuestro terreno (el de este blog, no el de nuestro propio estómago, aunque todo se andará...), que no es, evidentemente, el de las novedades, pero que sí que gusta de ser, siempre que puede, lo más permeable posible dentro de su hermética idiosincrasia. Y para ello nada mejor que compartir con ustedes este otro caso, más bizarro aún que el que tantos ríos de tinta (y de personas también) está haciendo correr últimamente por aquí.

El 7 de agosto de 1956 el diario Arriba se hacía eco de las intenciones del profesor Alfred Naon (o mejor dicho, Alfred Nahon), psicólogo, filósofo y grafólogo natural de Toulouse y residente en Lausana, y uno de los primeros especialistas franceses en el fenómeno ovni (fundador de la Association Mondiale Interplanétaire, director de la “Liga antiatómica para la protección de la Humanidad” y editor del boletín ufológico Le Courier Interplanétaire), de sacrificarse no sólo para salvar a los habitantes de la Tierra, “sino también a nuestros amigos los marcianos”. El profesor anunciaba su propósito de comenzar durante las navidades siguientes una huelga de hambre “hasta la muerte” para que se diera fin a las explosiones atómicas que, aparte del evidente y terrible peligro que suponen para la Humanidad, “impiden un contacto beneficioso entre los humanos y nuestros amigos del espacio”. Nahon se había cansado ya de exponer sus razones a todo aquel que quisiese escucharle (como puede comprobarse en esta página del diario regional La Quatrième République des Pyrénées, de Pau, del 19 de octubre de 1954). “Vean ustedes todos esos platillos volantes —explicaba—. Naturalmente, los marcianos y otros seres inteligentes del espacio se muestran muy preocupados por las terribles explosiones que observan en la Tierra”. “Vienen a observarnos y se muestran descorazonados por lo que ven en nuestro planeta” —apuntaba sensatamente Nahon. Así que no le quedó más remedio que optar por la vía drástica. Bien es cierto que razón no le faltaba: el hombre deseando ‘contactar’ y el globo terráqueo como Valencia en Fallas.

El profesor Nahon fue el creador de la “Comisión para una bienvenida amistosa de los visitantes del espacio” y murió, por cierto, en 1990, a la edad de 79 años. Así que una de tres: o se desconvocó la huelga, o sus plegarias ufológicas fueron atendidas, o su organismo tenía una resistencia que no era de este mundo (nunca mejor dicho).

Fin de la discusión.




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