Cofradía de vacilones
11 de abril de 1957. Otra vez la droga. Y decimos “otra vez” no sólo por nuestra reiteración en el tema sino porque la cosa no es que parezca ser de mucha novedad ni que levantase grandes alharacas en los periódicos del momento. Lo justo para aparecer en la sección "Esta mañana en la Audiencia" del Informaciones. Una columna fija, por otra parte, en la que un repórter, que bien pudiera haberse llamado Tribulete, se acercaba dando un paseo desde las oficinas del periódico, en la calle San Roque, a los juzgados, y tomaba presta nota, libreta en mano, del devenir matutino para poder luego rellenar de la requerida morbosidad cotidiana la caja de texto asignada. Esta vez la cosa va de grifa, y de kiff, dos términos manifiestamente familiares, por lo que se ve, sobre todo entre los estratos más populares. Y es que, si uno atiende a la prensa de la época, da la impresión de que aquí se han fumado porros con subterránea normalidad desde la guerra de África, por lo menos. Y así, periódicamente, se descubre un tráfico del placentero al tiempo que peligroso hierbajo, con su consecuente cofradía de vacilones, parados en ciertos temperamentales e imaginativos; y a su tiempo van saltando a la escena judicial estas peripecias encuadradas en delitos contra la salud pública. Son todos jóvenes, y venden la droga a los vacilones, liada ya en cigarrillos de grifa.
Establece el ministerio fiscal que la grifa está considerada peligrosa, pero más que nada por las consecuencias de exaltación psíquica que puede acarrear al fumador, arrastrándolo a desorbitaciones propicias a la delincuencia, si bien, toxicológicamente considerada, su uso no puede reputarse grave, no produciendo tampoco habitualidad. El letrado defensor de nuestros dealers, que no oculta su respetable nombre, justifica la imprudencia de estas gentes necesitadas en la ignorancia de la naturaleza de la droga y sus ulteriores consecuencias, y en que falta en el caso la voluntariedad maliciosa que es necesaria, con arreglo al artículo 1º del Código Penal, para que (atención, porque la expresión es bien bonita) el delito se dibuje con precisión.
Dicho en síntesis.
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