Harakiri castellano
El verano de 1945, cientos, quizá miles, de soldados y civiles japoneses se quitaron la vida practicándose el Hara-Kiri como forma de disculpa, o tal vez de reproche, ante el emperador Hirohito por la rendición nipona en la Segunda Guerra Mundial tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Y fue ésta en verdad causa de mucho asombro y conmoción en la vieja y asolada Europa, tan pendiente como estaba de la prensa internacional en aquellos momentos dramáticos. De hecho, hasta el célebre geopolítico alemán Karl Haushofer, fundador del partido nazi (vamos, que estuvo en el ajo antes incluso de la militancia de Hitler y Goebbles), se suicidó en 1946 tras los juicios de Nuremberg, asistido por su esposa, siguiendo el ritual japonés para una muerte honorable. Hasta ahí, nada nuevo. Menos conocido, sin duda, es el caso de don Santiago Ernesto Curto, un anciano de setenta y cinco años de edad y vecino de Candelario, provincia de Salamanca, que segó abatido su vida mediante tan aparatosa ceremonia mientras en el Extremo Oriente se hallaban enzarzados en plena Operación Tormenta de Agosto. Y da la impresión que con más destreza que el mismísimo Mishima, todo hay que decirlo.
Candelario es un pueblo serrano que se encuentra a caballo entre Salamanca, Ávila y Cáceres (muy lejos del Japón, por cierto), y no es la primera vez que en este blog, o lo que sea, damos noticia de un incidente de características similares sucedido en esa área geográfica tan profunda y reconcentrada. Así que, claro, no podemos por menos que preguntarnos: ¿qué atrae a los recios castellanos de la zona hacia ritos tan lejanos? ¿Deberíamos figurarnos, tal vez, alguna oscura conexión entre la severa y característica mismidad regional y la doctrina del Bushido? Quién sabe, no es tan disparatado. De hecho, no hablamos por hablar, estamos aportando datos. Están en las hemerotecas...
Por otra parte, y ahora ya en serio, lo que de verdad nos conmueve de esta historia (que ni siquiera es tal; tan solo un pequeño esbozo olvidado, pero cierto) es que pone de manifiesto esa tendencia, consustancial a las personas de carácter inestable, a asumir sin prevención ni juicio las exageraciones del estado de ánimo derivadas de lecturas mal digeridas, novedades epatantes o realidades sociales que poco o nada tienen que ver con la suya particular, haciendo propias sin examen ni espíritu crítico alguno circunstancias y razones que no hacen sino evidenciar su patente carencia de timón personal. Vamos, lo que se conoce popularmente como tener una buena empanada mental. Y, por supuesto, lo cercanos que nos sentimos a tan disparatado proceder. Lo bien que conocemos su mecanismo, sus muelles y sus resortes. Eso, eso es lo que nos da más mieditis.
En fin, ya lo ven, otra vez mezclando actualidad con historia, como siempre. Justo lo que nos reprobaba nuestro anterior psiquiatra. Afortunadamente, ya no podemos seguir pagando sus honorarios y ahora tenemos uno mucho más pedestre, de los del seguro, que se limita a recetarnos.