Lo que llegó del cielo
Estaba en la huerta de sus padres el vecino don Ángel Ruiz Millás cuando advirtió que una enorme ave se posaba sobre uno de los árboles frutales que allí existen. Requirió entonces la ayuda de dos peones, a fin de que provocaran el vuelo del pajarraco, mientras él, armado de una escopeta, se disponía a darle muerte. Efectivamente, al intentar volar el ave, que resultó ser un buitre gigante, el señor Ruiz Millás hizo el primer disparo, viéndose acometido por el animal, lo que motivó le disparase a cinco metros de distancia el segundo cartucho. Inició entonces el pájaro, mortalmente herido, un descenso hacia tierra, no sin derribar al arrastrarse a los dos peones que acudieron para apresarlo. Como todavía daba señales de vida, el señor Ruiz Millás le disparó, previo cargar el arma, un tercer cartucho, que definitivamente abatió al buitre. Con el bicharraco aún caliente estampado en medio del huerto y todavía sin haber recuperado el resuello del todo, el señor Ruiz Millás alzó perplejo la vista al cielo despejado. No pensó en Nueva York precisamente –era 1956 en San Fernando de Cádiz–, pero tragó saliva, en cualquier caso.
3 Apostilla(s):
¡Eso no es un águila! Es un bicho volador de los que montaban los jinetes del anillo o la mosca que lleva tood el verano acabando con la paz en mi trabajo.
Pues sí, amigo Probertoj, tres metros de pajarraco calvo y cuellilargo graznando en el patio de tu casa y volando hacia ti, nada menos. La verdad es que se me ocurren pocas cosas más terroríficas. A mí es que los pájaros me dan muy mal rollo.
Como a mí: desde que vi a la estirada Tippi siendo asaeteada por picos asesino y comprendí la máxima popular que dice que las palomas son ratas con alas, no soporta ni a esas golondrinas del poema, las que tocan en tu ventana. ¡Muy mal rollo!
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