Informe de actuaciones:

En Madrid, a 17 agosto 2006

Homer Simpson:
el loco telefónico de Springfield


Veinticuatro horas seguidas hablando por teléfono desde Springfield (Illinois)

Ya, 31 de julio de 1957. Wáshington. Crónica de Josefina Carabias.
El operador de una estación telefónica de Springfield (Illinois) reveló el otro día que un señor desconocido, de unos cuarenta años de edad, gordo y calvo, y que atendía al nombre de Homer, se pasó veinticuatro horas celebrando conferencias interurbanas e internacionales desde un teléfono público.

En España puede que esto no le extrañe a nadie. Las demoras consiguientes obligan a cualquier persona que tenga que celebrar tres o cuatro conferencias a pasarse un día entero al teléfono o pendiente de él. Pero como en los Estados Unidos no hay demora nunca, el chiflado que nos ocupa logró hablar con más de cien personas distintas –aquende y allende los mares– y la broma le costó trescientos dólares.

Pagaba y comía mientras hablaba.

Lo más gracioso es que para poder celebrar conferencias desde esas cabinas públicas de cristales, que tantas veces han visto ustedes –en las películas–, hay que empezar por echar, por unas ranuras especiales, el importe de los primeros tres minutos en plata y calderilla. Pasado ese tiempo, la conferencia se corta si no se echa de nuevo otra cantidad igual, que cubrirá los tres minutos siguientes.

Al parecer, el loco telefónico de Springfield había contratado previamente a un muchacho, de nombre Bart, que le cambiaba dólares en calderilla y plata en las tiendas de los alrededores. Cuando se agotó la moneda suelta en el barrio, hubo de ir más lejos a buscarla. El ayudante aportaba también al hombre del teléfono, de tiempo en tiempo, sándwiches y vasos de leche que el demente tomaba sin dejar de telefonear.


Consigue hablar con personalidades importantes.

La primera conferencia la celebró con París. “Por lo que pude escuchar,” –ha dicho el operador– “habló con una señorita que es maestra y la pidió que le recitara poesías en francés. Él también recitó en inglés unos versos maravillosos. La broma le costó más de cuarenta dólares. Después me pidió que le pusiera en comunicación con Montecarlo porque quería hablar con la princesa Grace (Kelly) de Mónaco. La princesa no llegó a ponerse al aparato; pero el hombre habló con alguien importante del palacio durante un buen rato.”

¿Quién deja de ponerse al teléfono cuando le anuncian una conferencia con los Estados Unidos?

“En Londres consiguió hablar con varias personas célebres.” –continuó explicando el operador. ¿Quién deja, a fin de cuentas, de ponerse al teléfono cuando le anuncian una conferencia con los Estados Unidos? Lo que menos podían imaginar las personas solicitadas era que se trataba de un ‘original’, que se gastaba así el dinero solamente por el gusto de recitar poesías a través del Atlántico. Un recital de poesía inglesa a más de cien personas de diversos lugares del mundo.


Conversó con París, Montecarlo, Londres, Tejas, California, Florida, Nueva York y Wáshington.

Cuando se cansó de telefonear a países extranjeros, la emprendió con el propio. Llamó a gentes de Tejas, de California, de Florida, de Nueva York y de Wáshington. Entre llamada y llamada, solía cambiar impresiones con el operador, al cual dijo que nada ilustra tanto como hablar con personas desconocidas, sobre todo si son de distintos países, y que jamás había pasado un día y una noche tan agradables.

“La gente” –decía– “tiene la mala costumbre de emplear el teléfono solamente para repetir lugares comunes con los amigos o para hablar de negocios. Jamás se les ocurre aprovechar la magnífica ocasión que el teléfono nos brinda de meternos en las casas ajenas y sorprender a ciertas gentes interesantes con las que, por los medios normales, nunca tendremos ocasión de charlar.”

El hechizo de las conferencias interurbanas.

Si bien se mira, esta teoría es bastante sensata. Todos nos pasamos la vida hablando por teléfono con las personas a quienes vemos a diario. ¿Por qué no utilizar el invento maravilloso para cambiar impresiones con ciertas personas a las que admiramos y a las que nunca podremos encontrar en la calle?

Tal vez me digan ustedes que las personas célebres no suelen ponerse al teléfono a la primera de cambio; pero depende de cómo se les llame. Si, por ejemplo, al Litri le llaman desde los Estados Unidos o a Maurice Chevalier desde Tokio, es muy posible que se pongan. No hace mucho tiempo, un estudiante norteamericano llamó a Bulganin desde Londres. Y Bulganin se puso al teléfono en su despacho de Moscú.


Un servicio fácil y rápido.

Además de batir un record originalísimo, el chiflado de Springfield ha logrado demostrar que la humanidad está mucho mejor educada de lo que parece. Entre las innumerables personas desconocidas a quienes llamó para recitarles poesías y cambiar impresiones sobre temas filosóficos, solamente un diez por ciento escaso le mandaron a paseo. Las que le mandaron a sitios peores (que de todo hubo) no llegaron ni siquiera a un dos por ciento.

5 Apostilla(s):

Blogger Karpov Shelby dice...

Esta persona es, para mi, un héroe. ¡Con lo que cuesta armarse de entereza para hablar por teléfono con desconocidos!

Brillante, ¡¡¡aunque no se hubiese llamado Homer ni huiese sido de Springfield !!!

17 agosto, 2006  
Anonymous Anónimo dice...

¡Maravilloso! ¡Genial! ¡¡Mosquis!!

17 agosto, 2006  
Anonymous Anónimo dice...

Siento ser tan prosaico, pero... ¿éste es el inventor de las encuestas telefónicas, quizás? Porque como dice Karpov, hace falta valor.

18 agosto, 2006  
Blogger Regiones Devastadas dice...

Gracias por el feedback, tratamos de no ser coñazo, dentro de lo que cabe. Y sí, hace falta valor, pero fíjate tú que a mí el espíritu que anima a este señor me parece, no sé, como muy lúdico ¿no? Y muy americano además, como una especie de trivialización voluntariosa del exceso. Vamos, que te ponen una cabina de teléfonos en tu calle y, hala, te sientes en el derecho y en la obligación de llamar uno por uno a todo el mundo, literalmente. Exactamente lo mismo que hubiese hecho Homer ante tal situación en 1957, llamar a todo el mundo y leerles poesías. A mí me recuerda, salvando las distancias, al episodio en el que Homer se abre una página web.

Por no mentar que la que lo cuenta es Josefina Carabias, madre de Carmen Rico-Godoy y reportera dinámica y tronchante donde las halla. La misma que, enviada al Greenwich Village en plena eclosión beatnik en los 60, dijo que aquello venía a ser un ambiente universitario, bah, más o menos como el de Santiago de Compostela. Y más que nos tiene que contar, ya verán.

18 agosto, 2006  
Anonymous Anónimo dice...

Teniendo en cuenta que los estadounidenses celebran concursos de ver quién come más emparedados en 8 minutos, entiendo eso de "trivialización voluntaria del exceso". De hecho, esa frase debe ir en el diccionario al lado de la foto de Homer (y de la definición de idiota con suerte que también tiene copada tras el accidente en la central nuclear).

Y después de lo sabido acerca de Josefina Carabias, ardo en deseos de más regiones devastadas por ella.

Saludos.

18 agosto, 2006  

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