Sueps
Schweppes no fue una marca comercial fácil de introducir en el mercado español, pese a su fama mundial. La culpa de esta reticencia la tuvo principalmente su abracadabrante nombre, que hasta provoca confusión en este publicista sobre su correcta grafía, oscilante entre Schweppes y Scheweppes (Cheuepes). Por eso, y en previsión de imaginativas resoluciones fonéticas de diverso acento y calado local, fue necesario indicar a las gentes de bien, bajo el nombre y entre paréntesis, una fórmula unificada de pronunciación nacional: Sueps.
Para salvar este handicap, se incidía en la “garantía de calidad” (términos que suponemos casi inéditos y de significado todavía algo impreciso, aunque quizá por ello más fascinante, a los oídos del españolito de a pie de 1960) de este “zumo natural de naranja”, para cuya elaboración se precisaba de “instalaciones especiales y personal técnico adecuado”. Todo perfectamente controlado para satisfacer en todo momento el exigente paladar del moderno consumidor globalizado, concepto en el que pacientemente se iba educando al español medio.
Luego vino el pop.
Ya, 1960.
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