Informe de actuaciones:

En Madrid, a 16 junio 2007

Harakiri castellano



El verano de 1945, cientos, quizá miles, de soldados y civiles japoneses se quitaron la vida practicándose el Hara-Kiri como forma de disculpa, o tal vez de reproche, ante el emperador Hirohito por la rendición nipona en la Segunda Guerra Mundial tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Y fue ésta en verdad causa de mucho asombro y conmoción en la vieja y asolada Europa, tan pendiente como estaba de la prensa internacional en aquellos momentos dramáticos. De hecho, hasta el célebre geopolítico alemán Karl Haushofer, fundador del partido nazi (vamos, que estuvo en el ajo antes incluso de la militancia de Hitler y Goebbles), se suicidó en 1946 tras los juicios de Nuremberg, asistido por su esposa, siguiendo el ritual japonés para una muerte honorable. Hasta ahí, nada nuevo. Menos conocido, sin duda, es el caso de don Santiago Ernesto Curto, un anciano de setenta y cinco años de edad y vecino de Candelario, provincia de Salamanca, que segó abatido su vida mediante tan aparatosa ceremonia mientras en el Extremo Oriente se hallaban enzarzados en plena Operación Tormenta de Agosto. Y da la impresión que con más destreza que el mismísimo Mishima, todo hay que decirlo.

Candelario es un pueblo serrano que se encuentra a caballo entre Salamanca, Ávila y Cáceres (muy lejos del Japón, por cierto), y no es la primera vez que en este blog, o lo que sea, damos noticia de un incidente de características similares sucedido en esa área geográfica tan profunda y reconcentrada. Así que, claro, no podemos por menos que preguntarnos: ¿qué atrae a los recios castellanos de la zona hacia ritos tan lejanos? ¿Deberíamos figurarnos, tal vez, alguna oscura conexión entre la severa y característica mismidad regional y la doctrina del Bushido? Quién sabe, no es tan disparatado. De hecho, no hablamos por hablar, estamos aportando datos. Están en las hemerotecas...

Por otra parte, y ahora ya en serio, lo que de verdad nos conmueve de esta historia (que ni siquiera es tal; tan solo un pequeño esbozo olvidado, pero cierto) es que pone de manifiesto esa tendencia, consustancial a las personas de carácter inestable, a asumir sin prevención ni juicio las exageraciones del estado de ánimo derivadas de lecturas mal digeridas, novedades epatantes o realidades sociales que poco o nada tienen que ver con la suya particular, haciendo propias sin examen ni espíritu crítico alguno circunstancias y razones que no hacen sino evidenciar su patente carencia de timón personal. Vamos, lo que se conoce popularmente como tener una buena empanada mental. Y, por supuesto, lo cercanos que nos sentimos a tan disparatado proceder. Lo bien que conocemos su mecanismo, sus muelles y sus resortes. Eso, eso es lo que nos da más mieditis.

En fin, ya lo ven, otra vez mezclando actualidad con historia, como siempre. Justo lo que nos reprobaba nuestro anterior psiquiatra. Afortunadamente, ya no podemos seguir pagando sus honorarios y ahora tenemos uno mucho más pedestre, de los del seguro, que se limita a recetarnos.

En Madrid, a 09 junio 2007

Tres negritos


13 de abril de 1955. Atención, porque la primicia es buena. Lo suficientemente buena, al menos, como para aparecer en la portada del Informaciones del día correspondiente:

¡Tres negros llegaron ayer en moto a Madrid!

¿Pero esto es una noticia, siquiera en 1955? ¿Es que en el Madrid de la época no se sabía de las personas de color?, se preguntará probablemente el amable lector. Bueno, según se mire. Se sabía de Antonio Machín, claro, y de sus angelitos negros, y ya era viejo que las orquestas cantasen aquello de “Son tantos negros los que han venido / para enseñarnos el charlestón...”. Por otra parte, hacía décadas que los negros ataviados con librea blanca y servicial acento caribeño daban buen tono a los establecimientos más cosmopolitas del ramo hostelero; así como también eran populares las huchas con forma de cabeza de negrito mofletudo (de cerámica, claro) con las que se hacía la postulación para el Domund. Y, por supuesto, si se hubiese tratado de tres morenos pequeños y enjutos de la Guinea Española montados los tres juntos en una Montesa, a buen seguro que la cosa no habría levantado semejante polvareda. Lo que sí que debió de levantar polvo y asombro fue ver pasar por aquellas carreteras dejadas de la mano de Dios y del Estado, a una velocidad de crucero de 104 kilómetros por hora, a tres negros gigantes y sudorosos cabalgando sobre sus respectivas Harleys y ataviados con sus correspondientes Ray-Ban Aviator (las de pera), con chupas de cuero remachadas en la espalda por el parche del Motorcycle Club de las Fuerzas Aéreas de los Estados Unidos y con sendas calaveras pintadas en sus cascos. Y cada uno de ellos de un tamaño aproximadamente un tercio más grande que la media del español de la época.

Hete aquí que de tal guisa se los encuentra en la Puerta de Alcalá un intrépido y audaz Emilio González Navarro, que no duda en aprovechar la situación para ofrecerse como improvisado cicerone y darse el gustazo de ser escoltado hasta el hotel Nacional por lo que ante sus ojos debieron de parecer tres oscuros semidioses motoristas sobrehumanos. La pequeña entrevista que les hace, una vez ubicados, no tiene desperdicio en su alarde de tópica españolidad. Como apelando a aquello de que la potencia sin control no sirve de nada, que dice el anuncio, los tres corteses jinetes responden unánimemente que no hay pericia más osada que la de nuestros toreros y que cualquier cosa es preferible antes de enfrentarse a un toro. Y de entre todas las bondades de la Patria destacan, frotándose las manos, la belleza sin par de las chicas españolas. Mucho más guapas que las francesas, dónde va a parar... ¡Ay, grandeza de raza!

Aunque, sin duda, lo que más llamó la atención del periodista fue que pensasen gastarse cuatrocientas pesetas diarias por cabeza.

En Madrid, a 01 junio 2007

Retrato de papuchi mirando hacia el futuro


La mayoría de ustedes lo recordarán como el simpático viejo verde y chocho que se murió casi en directo en sus pantallas de televisión hace apenas unos meses, pero aquí lo tienen hecho todo un galán de frente esclarecida y afilado bigotín, premio extraordinario de doctorado por su tesis sobre analgesia simpático-lumbar en obstetricia y tronco de una gloriosa estirpe. En otras palabras, Enrique y Julio no tienen toda la culpa de lo suyo: primero fue papuchi. Y ya de joven daba mucho asquito. Pero ya andaba pintando la mona.

Simpático-lumbar... La verdad es que lo clavaron.

Diario Arriba, 3 de febrero de 1956.

Fin de la discusión.




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