Informe de actuaciones:

En Madrid, a 31 agosto 2006

¿Quién puso la M en Madrid?


El alma del finado: El señor Alfreed N. Steele, presidente de Pepsi Cola Company, falleció en la ciudad de Nueva York el día 19 de abril de 1959. Embotelladora Madrileña S.A., concesionaria de Pepsi Cola Internacional, de Nueva York, al comunicar tan sensible pérdida, ruega una oración por el alma del finado.

M: Madrid, aunque a veces nos empecinemos en obviarlo, no es más que otra ciudad castellana, como Valladolid o Palencia, pero a lo bestia. Por eso Madrid es generosa en los momentos graves. Aunque no le vaya una mierda en ello. Luego, en el día a día, Madrid es una mierda. Una mierda grave. Pero, en los momentos graves, Madrid responde. Fíjense en el 11-M. Fíjense en el 13-M. Fíjense en el 2-M. Madrid tiene talla moral. Es lo que pasa con Barcelona, que es más burguesa, más comerciante. Madrid es facha, Barcelona es conservadora. A mí me mola Madrid, me ha molado desde siempre, pese a este cabrón afrancesado. Será que soy de extrarradio, y no de Cuatroca. Esta noche Madrid llora a Nueva York (no se sabe muy bien por qué), y luego se toma una caña tan ricamente, que es lo que procede.

En Madrid, a 28 agosto 2006

¡Se está retrasando una enormidad!


Ustedes pensarán que nos estamos justificando, pero seguimos loando las virtudes de abrazar un concepto, digamos, más flexible de la precisión horaria. Y es que la impuntualidad no sólo puede resultar ventajosa en cuestiones de modernidad, también tiene su utilidad en la vida cotidiana. Qué me dicen si no de esta bellísima novia palentina, a la que media hora de sofocado retraso la salvó de casarse con ese novio comerciante frutero que, si esos aires se gastaba el día de su boda, muy buena vida no parece que la fuese a dar luego en privado. Y eso que la pobre no tenía culpa de nada, que fue del taxi que tardó en recogerla. Y que al fin y al cabo un retraso de media hora en una mujer no es cosa rara.

Ya, 7 de febrero de 1959.

En Madrid, a 27 agosto 2006

Llegar viejo a lo nuevo. Llegar nuevo a lo viejo


La impuntualidad es un rasgo de carácter como otro cualquiera. De hecho, llegar tarde por sistema a los sitios es una de las cosas que el que esto suscribe es capaz de hacer con la mayor naturalidad del mundo. Y no estamos hablando de hacer esperar a un amigo en la puerta del cine, no; perder en dos ocasiones un avión por llegar tarde es una dudosa hazaña que pocos, incluso los muy volados, tienen en su haber. Del mismo modo, y a pesar de que nada de lo humano nos es ajeno (bueno, unas cosas más que otras, todo hay que decirlo), muchas veces hemos tenido la sensación de llegar tarde a discos, libros, películas y todo tipo de actividades que, al parecer, venían reclamando nuestra atención con tanta premura como insistencia. Durante mucho tiempo, claro, hemos pensado que éste era un terrible defecto de organización y voluntad, amén de una falta de respeto hacia el prójimo y hacia nosotros mismos, y nos hemos flagelado por ello y nos hemos deshecho mil veces en disculpas inaceptables. Ahora, y sin ánimo de caer en autocomplacencia alguna, la verdad es que ya no estamos tan seguros, y lo dejamos tan solo en lo de rasgo de carácter. Y es que, en estos tiempos que corren que se las pelan, donde el caudal de información es tan abundante y fluido como, en muchísimas ocasiones, vano y caduco, empezamos a sospechar seriamente que en muchos casos mantener un distanciado retraso puede ayudar, a la postre, a ahorrar muchísimo tiempo. En cuestiones de modernidad, a veces seis meses separan el grano de la paja que es una barbaridad. Y sin embargo otras veces, en las mismas cuestiones, parece que, no ya veinte años como dice el tango, sino cincuenta años no sean nada.

¿Que por qué les contamos todo esto? Pues verán, habíamos leído aquí y allá acerca de cierta exposición de fundas de discos en la siempre tan moderna y audaz Ciudad Condal. Y claro, no queríamos perdernos nosotros una cosa de tanta novedad y asombro, así que hemos hecho el hatillo y para allá que hemos salido. Pero no hemos debido de coger bien el desvío, o no entendimos el mapa, o cruzamos mal las coordenadas, o nos han liado por el camino o algo. El caso es que hemos aparecido aquí: en el mismo lugar (el Fomento de las Artes Decorativas, génesis del actual Macba), en lo que parece ser la misma exposición... ¡pero hace casi cincuenta años justos! Como parte de los preparativos de la 'Gran Noche del Disco de Jazz', la inteligentzia artística catalana de 1958, armada de médicos, pintores y escritores y comandada por Cirici Pellicer, se reúne al calor de una muestra de carátulas de discos de jazz para debatir con enorme circunspección sobre el valor artístico de las mismas y sobre otras místicas en torno al microsurco. Todo para llegar a la conclusión de que la carátula es la cuadratura del círculo y que la funda bonita hace vender.

A algunos esto les llevara a reflexionar sobre la sorprendente acogida institucional que, hoy como ayer, ha dispensado tradicionalmente la sociedad catalana, en contraste con el resto del estado español, a las cosas estas de la modernidad y de las artes decorativas en general. A otros les maravillará la poderosa afición que los barceloneses han sentido de siempre por este género musical, articulada ya entonces en asociaciones como el Hot Club y el Club 49 o la propia Agrupación de Discófilos de dicho Fomento de las Artes Decorativas. Otros, los más ingeniosos, trazarán un simpático esquema (abuelos wagnerianos–padres jazzys–hijos tecno) de las funestas veleidades melómanas de la burguesía catalana, siempre tan vana ella y tan atenta a lo que por ahí fuera pudieran opinar sobre sí. A nosotros, incapaces para la reflexión, simplemente nos recorre un leve escalofrío espinal ante un déjà vu tan raro. Y nos da la risa tonta, claro.

Es un reportaje del Ya del 12 de febrero de 1958.

La muestra Vinil. Discs i caràtules d’artistes puede verse en el MACBA hasta el 3 de septiembre de 2006. Como no muevan pronto el culo, ya llegan tarde. Claro que, a una mala, también pueden ir a la de Matta-Clark en el Reina Sofía, que está hasta el 16 de octubre y que a nosotros nos ha resultado la mar de inspiradora.

En Madrid, a 20 agosto 2006

El canon


Hemos de reconocer que nos fascina el empeño que pone la gente en hacer listas de todo. Y dentro de ese todo lo que más nos conmueve son, sin duda, las listas de discos. Son tantas las listas de discos fundamentales que nos tragamos habitualmente, sin los cuales al parecer nuestra existencia carecería de sentido ni provecho, que tenemos la sensación de que necesitaríamos tres vidas para escucharlos todos. Por eso, y para exorcizar la ansiedad que a veces nos producen esos cánones orientativos, nos permitimos ofrecerles nosotros también nuestra particular lista de discos que no deben faltar en su discoteca. Fieles, eso sí, a nuestra idiosincrasia característica. Y ojo, que son auténticas joyas literarias y teatrales, grabadas en Alta Fidelidad y en las voces de las más insignes figuras de las Letras y el Teatro para mayor deleite del gran público: El alcalde de Zalamea, Celos del aire, El baile y, cómo no, El divino impaciente; amén de las más selectas poesías de Jorge Manrique, Rubén Darío, Gerardo Diego y José María Pemán. Entre otros.

Se trata de una excepcional modalidad artística, fruto de la provechosa colaboración entre Regiones Devastadas y RCA Española. Ahora habrá que digitalizarlos. Nosotros empezaríamos por El baile, de Edgar Neville, antes que por El divino impaciente. Pero, bueno, eso va en gustos.

En Madrid, a 17 agosto 2006

Homer Simpson:
el loco telefónico de Springfield


Veinticuatro horas seguidas hablando por teléfono desde Springfield (Illinois)

Ya, 31 de julio de 1957. Wáshington. Crónica de Josefina Carabias.
El operador de una estación telefónica de Springfield (Illinois) reveló el otro día que un señor desconocido, de unos cuarenta años de edad, gordo y calvo, y que atendía al nombre de Homer, se pasó veinticuatro horas celebrando conferencias interurbanas e internacionales desde un teléfono público.

En España puede que esto no le extrañe a nadie. Las demoras consiguientes obligan a cualquier persona que tenga que celebrar tres o cuatro conferencias a pasarse un día entero al teléfono o pendiente de él. Pero como en los Estados Unidos no hay demora nunca, el chiflado que nos ocupa logró hablar con más de cien personas distintas –aquende y allende los mares– y la broma le costó trescientos dólares.

Pagaba y comía mientras hablaba.

Lo más gracioso es que para poder celebrar conferencias desde esas cabinas públicas de cristales, que tantas veces han visto ustedes –en las películas–, hay que empezar por echar, por unas ranuras especiales, el importe de los primeros tres minutos en plata y calderilla. Pasado ese tiempo, la conferencia se corta si no se echa de nuevo otra cantidad igual, que cubrirá los tres minutos siguientes.

Al parecer, el loco telefónico de Springfield había contratado previamente a un muchacho, de nombre Bart, que le cambiaba dólares en calderilla y plata en las tiendas de los alrededores. Cuando se agotó la moneda suelta en el barrio, hubo de ir más lejos a buscarla. El ayudante aportaba también al hombre del teléfono, de tiempo en tiempo, sándwiches y vasos de leche que el demente tomaba sin dejar de telefonear.


Consigue hablar con personalidades importantes.

La primera conferencia la celebró con París. “Por lo que pude escuchar,” –ha dicho el operador– “habló con una señorita que es maestra y la pidió que le recitara poesías en francés. Él también recitó en inglés unos versos maravillosos. La broma le costó más de cuarenta dólares. Después me pidió que le pusiera en comunicación con Montecarlo porque quería hablar con la princesa Grace (Kelly) de Mónaco. La princesa no llegó a ponerse al aparato; pero el hombre habló con alguien importante del palacio durante un buen rato.”

¿Quién deja de ponerse al teléfono cuando le anuncian una conferencia con los Estados Unidos?

“En Londres consiguió hablar con varias personas célebres.” –continuó explicando el operador. ¿Quién deja, a fin de cuentas, de ponerse al teléfono cuando le anuncian una conferencia con los Estados Unidos? Lo que menos podían imaginar las personas solicitadas era que se trataba de un ‘original’, que se gastaba así el dinero solamente por el gusto de recitar poesías a través del Atlántico. Un recital de poesía inglesa a más de cien personas de diversos lugares del mundo.


Conversó con París, Montecarlo, Londres, Tejas, California, Florida, Nueva York y Wáshington.

Cuando se cansó de telefonear a países extranjeros, la emprendió con el propio. Llamó a gentes de Tejas, de California, de Florida, de Nueva York y de Wáshington. Entre llamada y llamada, solía cambiar impresiones con el operador, al cual dijo que nada ilustra tanto como hablar con personas desconocidas, sobre todo si son de distintos países, y que jamás había pasado un día y una noche tan agradables.

“La gente” –decía– “tiene la mala costumbre de emplear el teléfono solamente para repetir lugares comunes con los amigos o para hablar de negocios. Jamás se les ocurre aprovechar la magnífica ocasión que el teléfono nos brinda de meternos en las casas ajenas y sorprender a ciertas gentes interesantes con las que, por los medios normales, nunca tendremos ocasión de charlar.”

El hechizo de las conferencias interurbanas.

Si bien se mira, esta teoría es bastante sensata. Todos nos pasamos la vida hablando por teléfono con las personas a quienes vemos a diario. ¿Por qué no utilizar el invento maravilloso para cambiar impresiones con ciertas personas a las que admiramos y a las que nunca podremos encontrar en la calle?

Tal vez me digan ustedes que las personas célebres no suelen ponerse al teléfono a la primera de cambio; pero depende de cómo se les llame. Si, por ejemplo, al Litri le llaman desde los Estados Unidos o a Maurice Chevalier desde Tokio, es muy posible que se pongan. No hace mucho tiempo, un estudiante norteamericano llamó a Bulganin desde Londres. Y Bulganin se puso al teléfono en su despacho de Moscú.


Un servicio fácil y rápido.

Además de batir un record originalísimo, el chiflado de Springfield ha logrado demostrar que la humanidad está mucho mejor educada de lo que parece. Entre las innumerables personas desconocidas a quienes llamó para recitarles poesías y cambiar impresiones sobre temas filosóficos, solamente un diez por ciento escaso le mandaron a paseo. Las que le mandaron a sitios peores (que de todo hubo) no llegaron ni siquiera a un dos por ciento.

En Madrid, a 16 agosto 2006

Disco Animado Bambino


Hoy, en honor al feliz ferragosto pasado, no cargaremos las tintas. Todo lo contrario: celebraremos lo que nuestros amigos celebran alrededor de las canciones. Miraremos girar el disco, esta vez doblemente mágico con su zootropo incorporado (¡se ve y se oye!), y en un momento dado, distraídos, cerraremos los ojos, acercaremos la nariz al tocadiscos y trataremos, en vano, de averiguar a qué huele. Como la niña que sale en primer plano.

Ya, 1961.

En Madrid, a 09 agosto 2006

Los Meyba


Armado tan solo de un Meyba y dos subsecretarios se metió Fraga en Palomares para desmentir los rumores de contaminación atómica, y con un Meyba se vadeaba De La Quadra Salcedo el Amazonas en su Ruta Quetzal como quien se cruza una acequia. De Meyba vestía Félix Rodríguez de la Fuente cuando se peleaba con aquel cocodrilo y un Meyba es lo que llevaba tu padre cuando te zarandeaba de los brazos sobre la piscina de aquellos apartamentos de Salobreña. Y es que un español, cuando se dispone a conquistar algo, ya sean las Américas o el corazón de un niño, no se pone un yelmo, no señor, se pone un Meyba. Sin prejuicios, pero con suspensor. Un suspensor de cojones. Porque sólo así es decente.

Con un Meyba uno va seguro y elegante. Ni se le cae ni se le suelta. Lleva una braga interior, que te sujeta. Y así puede uno dar brincos y cabriolas por la piscina o la playa como los que pega este señor tan frescachón, hecho un titán del eterno verano surf, pero con sus partes nobles a salvo de las miradas indiscretas de esos ojos que le observan tan oportunamente colocados a modo de puntos sobre las íes de la palabra “prejuicios”. Unos ojos trazados muy toscamente, es verdad, pero absolutamente certeros en el ángulo de su insidiosa mirada.

Por cierto, como ustedes supondrán, y suponen bien, el nombre de esta marca, que acabó convirtiéndose en la denominación genérica de un tipo de prenda, responde a esa forma compositiva tan socorrida consistente en conjugar la primera sílaba del nombre de cada uno de los dos socios, o de sus señoras respectivas. En este caso Me y Ba: Mestre y Ballvé.

Ya, 21 de junio de 1955.

En Madrid, a 06 agosto 2006

Estas cosas pasan


Uno se pasa la vida asustado por lo que pudiera sucederle, y fantasea sobre enfermedades, accidentes y desgracias hacia los que se siente irremisiblemente avocado, pero la verdad es que rara vez suceden esas cosas a las que tanto tememos, al menos no tal y como las dibuja nuestra agitada cabecita, y sí, en cambio, otras bien distintas para las que no estamos preparados en modo alguno. La desgracia es caprichosa y el temor de Dios que siente nuestro Ned Flanders interior no va a servirnos de mucho ante su tornadizo antojo, así que aflojen sus neuras y déjense mecer por la corriente. Porque su vida puede cambiar de un plumazo en cualquier momento. Y si no nos creen, lean lo que le sucedió al pobre Francisco, que contraía feliz matrimonio una mañana de diciembre de 1955 y horas más tarde veía fallecer repentinamente a su padre, imaginamos que sobre la misma mesa del banquete de bodas, para acabar el día asistiendo impotente a la defunción de su recién estrenada esposa que, algo delicada de salud, se ve que no pudo soportar la impresión del terrible suceso que había ensombrecido el que había de ser el día más feliz de su vida y que a la postre resultó ser, simplemente, el último.

Debajo, como queriéndonos recordar que la vida sigue, una oferta de empleo para los Almacenes Arias de la calle Montera.

Ya, 10 de diciembre de 1955.

En Madrid, a 05 agosto 2006

Juego de niños malditos


Como la banda debía tener un nombre, una especie de matrícula del crimen, y uno se llamaba Jean Claude, el otro Jacques y el tercero Jean Paul, decidieron llamarla “Los tres J”. Jota, jota y jota. Uno, veinte años; el otro, dieciocho, y el último, dieciséis. Los tres hijos de respetables familias de Angers, los tres capaces de fabricarse una doble vida entre las sombras del crimen. Todo como un juego. Un juego de niños malditos. Un juego de adolescentes asesinos por robar una cartera, una cartera que contenía tres mil francos. Por tres mil francos, un hombre muerto. Un hombre no, Mesié Bonamy. El señor Buen Amigo.

Exactamente igual que hace unos meses Sermous y Vivier, los asesinos del parque de Saint Cloud, mataban por robar un coche que abandonarían al día siguiente. Sermous y Vivier tenían alrededor de los veinte años. La Audiencia de París acaba de condenar a muerte a Jacques Fesch, un adolescente homicida en su fuga acosada. Monteverdi, otro joven asesino, recibió su castigo no hace medio año. Todo un censo de muchachos con situaciones sociales diferentes. Todos ellos criminales por el mero gusto del crimen. Doblemente terribles. Por un botín de sesenta duros.

Los chicos buscan dinero. Para presumir de hombres en los bares canallas. Los bares canallas de Pigalle. Parapetada tras la relativa garantía que representa carecer de antecedentes penales, la nueva clientela del crimen tiembla durante sus asaltos y en semejante excitación el gatillo salta fácilmente. Y es cierto que la orfandad, la literatura negra o el cine influyen sobre ciertas criaturas, pero es la vida moderna en bloque la que los arrastra, disolviéndose en sus venas como un licor.

La falta de taxis también hace mucho. Porque si un muchacho tiene que ir andando desde Saint Germain hasta el distrito XVI, sabe que le aguardan dos horas de paseo. Y entonces la pandilla que perdió el último metro roba un coche. Un coche que abandonar después de utilizado. Pero el sistema es fácil y confiere una especie de bachillerato del crimen. Del coche robado se pasa al robo a secas. Y un día, como les pasó a “Los tres J”, el crimen corona la marcha hacia el horror. Es un encadenamiento de complacencias. Una pendiente fatal donde los débiles quieren conquistar por medios ilícitos el poder extraordinario de tener una metralleta apuntada sobre veinte personas aterradas. La plaga más dolorosa que pueda afectar a un país.

Informaciones, 21 de mayo de 1957.

En Madrid, a 02 agosto 2006

Arriba Satélite


Aunque este año parece la excepción, la verdad es que encontrar titulares de portada en pleno agosto ha sido tradicionalmente una tarea ardua y no exenta de un notable ingenio. Nosotros, para salvar la papeleta en esta flama estival, recurrimos a nuestra particular sincronía diacrónica y les traemos esta portada de tal día como hoy, un 2 de agosto, pero de 1955, que da el pistoletazo a la conquista del espacio con esta especie de huevera sideral. A la vera de la cabecera, yugo y flechas incluidas, del Arriba, que parece esta vez, seguramente sin pretenderlo, una revista de género.

Fin de la discusión.




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